Desde niño, cuando íbamos a visitar a unos amigos de mis papás que vivían por esa zona, me llamó mucho la atención este inusual ser habitando dentro de la ciudad. Había algo en él que me hacía voltear a verlo y preguntarme muchas cosas. Hoy puedo ponerle algunas palabras a esas preguntas.
Proyecto de 1970 del maestro Fernando González Gortázar, egresado de la Universidad de Guadalajara en 1966, la Hermana Agua se ha convertido indudablemente en un hito de la zona metropolitana de Guadalajara. Como en el resto de sus elementos escultóricos, González Gortázar hace un uso geométrico muy inteligente, y como en la mayoría de ellos, un hábil uso del concreto aparente.
Los cuerpos de concreto, que no son cubos ni prismas por definición, otorgan un peso único a la fuente, le dan presencia y un carácter que nadie puede negar, nos guste o no. El objetivo de esta enorme masa, aparentemente sólida e inmóvil, de concreto seguramente no era otro que dar el contraste necesario para hacer brillar al actor principal de esta obra: La fluyente y siempre impredecible hermana agua. Desgraciadamente su estado casi perpetuo de sequía nos ha privado de ese hermoso efecto que su creador tuvo en mente, al igual que su falta de mantenimiento.
¿Realmente que estoy viendo: el agua o el concreto? ¿Qué sería del agua sin esos cuerpos de concreto y viceversa? ¿Qué se mueve: el agua o lo que la emana? Son algunas de las preguntas a las que les puedo poner palabras, sin embargo por ahí quedan muchas a las que no he podido.